5.12.12

41. Work in progress


Queridos todos, seguiremos un tiempo en construcción. Construyendo cosas lindas. Esperamos regresar pronto.




PS. Ehh.. Quién avisa no es traidor.



20.10.12

40. Treinta en remojo

Ayer hablaba con mi tía. Sobre la vida, así como quien no quiere la cosa. Empiezas con algo muy concreto y acabas metafísico. Y de repente me dice, si es que todos los asuntos de la vida parece que hay que solucionarlos entre los treinta y los cuarenta. Y así es amigos. Cuanta razón. Nunca lo había analizado en conjunto. En esa década se concentran tus supuestas metas vitales, cual bote de leche condensada. Ésas que la gente del montón suele compartir. Ciento veinte miserables meses y lo has de tener todo resuelto. Triunfar en el mundo laboral, cada cual a su modo, y empezar a dejar de ser un pringado mal pagado. Encontrar a tu príncipe azul, tu princesa de la boca de fresa o en su defecto, alguien decente con quien hipotecarte. Perdón, éso era hace diez años. Alguien decente con quien alquilar. Y reproducirte, si es que quieres linaje. Una, dos o tres veces. Ya nadie se aventura a siete. Menuda agenda.

¿No podríamos dejar los treintas en remojo? Que durasen cuatro lustros por ejemplo. Iríamos con más calma. Quizá disfrutaríamos más del camino. Un biberón no te haría perder un afterwork. Un año sabático  no tendría porqué ser incompatible con un futuro ascenso. Los segundos del reloj biológico durarían minutos. A los que saben de tecnología, si inventaron el programa 30 en remojo para las lavadoras, ¿no podrían importarlo a criaturas humanas? Conozco a muchos que se reprogramarían.



17.10.12

39. I confess

Les he de confesar algo. No es nada transgresor pero cuesta revelarlo. Cuesta porque supone una traición a mi misma. 

Hace un tiempo mencionaba cosas que siempre odié. Pero se me pasó una. Si hay algo que he despreciado desde que sé que soy y por encima de todas las cosas, es algo parecido a ésto. De hecho, le tengo tanta aversión que me cuesta hasta pronunciarlo. Aunque la verdad, no sé ni cual es su verdadero nombre porque mi familia acuñó un término específico, único, encriptado e incomprensible para nombrar a esta pieza estilística tan en boga en los ochenta (por lo menos en mi hogar). Manta rodante. ¿Por qué? Chi lo sa. El secreto se lo llevará a la tumba mi querida madre, quien importó e impuso su uso durante una década, superando en el tiempo la dilatada influencia de Anna Wintour en el mundo de la moda. Y eso fue lo duro: una década. Un pelele en un recién nacido es mono y universalmente aceptado. Una manta rodante en un prepúber es abominable. Ese poliester. Esos colores. Esas formas. ¿Existe algo más humillante?

Ayer cometí el pecado. Para mi desagravio, fui coautora, así que no única responsable del suceso. Almacenando arsenales para luchar contra las bronquitis presentes y futuras de nuestra cría de humano, registramos todas las entradas de google para hacernos con algo que le protegiese de noche. Ante nuestro fracaso anunciado dado que la cría cuenta años y no meses, nos encaminamos por la vía dolorosa hacia el único lugar dónde depositábamos esperanzas de encontrar algo tan pulgoso como una manta rodante. No nos falló. El producto sigue existiendo en el mercado y los almacenes siguen vendiéndolo. Y hasta la talla 15 (sí, sí, 15 años). Así que habrá quien lo siga importando e imponiendo durante décadas. Ay, ay, ay, qué miedito me doy.


12.10.12

38. Tendremos goteras

Creo que no lo hago mal. Es más, creo que lo hago aceptablemente bien. Procuro escucharlo y entenderlo. Procuro que no le falte de nada, sin atosigar. Procuro jugar con él, sin desfallecer. Procuro que sea feliz pero en un mundo real. Pero por más que procure- de forma natural o esfuerzo mediante- a veces me desarma. Y últimamente me tiene tan desarticulada que la cosa está subiendo por las arterias y pronto afectará a mis órganos vitales.

Acérquense al descansillo. ¿Lo oyen? Llora. Llora cada mañana. Llora cada mañana desde hace más de un mes y se levanta diciendo que no tiene intención de ir a la escuela. Llora tan fuerte que tendremos goteras. Repite sin cesar su mantra particular*. Yo intento comprender. Busco causas. Busco razones. Busco explicaciones.Todas, no crean. Soy muy creativa imaginando, interpretando y razonando, pero debo serlo para casos ajenos. Porque por mucho que me pregunto qué es lo que puede hacer que las lágrimas tiñan de dramón su desayuno, no le encuentro explicación. Le pregunto. Cuenta. Desmitificamos. Razonamos. Ataco las raíces de lo que me cuenta. Cambio de tema. Distraigo. Ignoro el drama y sigo camino. Canto. Pero nada vale. Él lo pasa mal. Y yo, que siempre fui desconsiderada con las madres que lloraban en la puerta de la guardería, he comprado quince kilos de kleenex para llegar hasta Navidad. Si la cosa dura, espero que Papa Noël sea dadivoso en papel higiénico. Y sí, quizá sea buena idea dejar de cantar, no sea eso lo que ahonde su llanto.



*no quiero ir al cole

9.10.12

37. Partner's pantone

Soy incondicional de la mezcla y poco partidaria de la endogamia. Tengo amigos de todos los palos y cuando me atrevo, procuro juntarlos. Por eso también soy fan de los productos interraciales, creo que mejoran las razas de toda la vida. Pero alerta, aquí va una recomendación que surge de una de las historias que amenizaron nuestra cena de ayer en el 5º izquierda: mézclense, mézclense, pero juntos no siempre quiere decir revueltos.

Amiga, si usted está arrejuntada con alguien de un determinado color y pretende construir una vida a su lado pero usted es a la vez entusiasta del amor libre, tiene un desliz o necesita distracción, procure escoger a un partenaire ad hoc de su color habitual. Vamos, que si usted acaba en la cama con otra persona en estupenda unión pero sin precaución y sigue queriendo levantar esa historia con el de toda la vida, escoja a alguien del mismo color que su Juan. Por Dios. No le haga pasar el mal trago de acompañarla durante los nueve meses de un embarazo para sorprenderle tras el parto con un hijo exótico. Ni haga que las dos familias expectantes en un cuarto de hospital reciban un neonato con rasgos orientales, siendo caucásicos todos los allí presentes. Primero, porque si en las estirpes no existen trazos asiáticos, canta mucho. Segundo porque tener que reconocer tus flaquezas ante tus suegros en plena sala de espera, tela marinera. Y sobretodo, seamos delicadas ¡hombre!




21.9.12

36. Todo es del color del cristal con que se mira

Les aseguro que me suelo rodear de personas higiénicas. He tenido que enfrentar algún capítulo olfactivamente atroz, pero en general no suelo pelear contra el hedor. Sin embargo hay algo que me sorprende, mucho, ahí donde esté. Y hoy voy a decirlo.

¿Por qué la gente por encima de los sesenta tiene siempre las gafas sucias? ¿Moda? ¿Dejadez? Pienso para mis adentros que deben creerse más miopes de lo que en realidad son. O que la vista cansada cansa. Cansa demasiado ¿Será porque prefieren no ver que la cosa se está poniendo de lo más fea? ¿Acaso cuando pasan los años prefieren recordar y no detenerse en los detalles de la realidad actual?

Ahí me tienen, siempre que puedo, hurtando esas gafas, sean de quien sean, y fregándolas con agua y jabón, receta insuperable de mi amigo Dani, gurú de la limpieza óptica. Y entonces, cuando los resquicios de grasa y vida se han diluido, descubro que además de sebo, las gafas atesoran multitud de rayitas. Definitivamente sí, debe llegar un momento en el que prefieres dar rienda suelta a tu intuición.



13.9.12

35. Cuando el cloro sabe a Moët

Abren en el barrio una piscina pública. De ésas para nadar. Ya no hay excusa, es barata y está aquí al lado. Mi conciencia se desplaza, se matricula y se dispone a empezar una nueva fase de vida. Como cada inicio de año, como cada inicio de curso. Nada que no os sea familiar. O ¿acaso no sois de ésos?

Tras unos prudentes días de adaptación a la idea y un proceso de interiorización, llega el día D. Con la bolsa meticulosamente preparada, con sus debidas y aterradoras lycras, salgo del 5º izquierda y ando cabizbaja hacia mi destino. Mentalización positiva. Hace un día estupendo. El edificio es precioso. El cerebelo, las contracturas y los músculos dorsales me lo agradecerán. Puede que incluso los glúteos. Si en el fondo, me encanta nadar. Me sentiré requetebien. Acabaré probablemente viciada a la clorina.

Llego. Me envaino los estéticos complementos del nadador. Observo. Escojo un carril, ni lento ni rápido y ahí me tienen arriba y abajo como si no hubiera mañana. Hasta que en uno de ésos momentos intermitentes en que, cual tortuga, saco la cabeza del agua: de repente el cloro empieza a saber a champagne. Sí señores, Boris acaba de entrar en mi carril como quién desciende de un podio. Sólo ha puesto un pie y ya las instalaciones han cobrado un áurea distinta. Lo que en otros queda ridículo, a él le sienta como un guante. ¡Viva! Quizá ahora sí, quizá ésta sea la definitiva. Probablemente no esté hecha para el deporte. Probablemente no tenga constancia ni fuerza de voluntad. ¡Pero quizá nadar con Boris era lo necesitaba para ser vigoréxica al fin!







11.9.12

34. La ley del deseo

Riño a mi hijo cuando suspira por lo que no tiene y pretende tronos que no son suyos. Cuando se atribuye unilateralmente la propiedad de columpios públicos. Cuando se fija en lo que le falta y no en lo que ya goza.

Pero de tal astilla, tal palo. Al inicio del verano, mi estación favorita, yo ya quería otoño. Secretamente ya deseaba chimeneas y hojas rojizas. Quería viajar a Escocia y al Mar del Norte. Mis ganas de lana ya empezaban a amanecer. Parezco estar programada por temporadas avanzadas. No por vivir de la moda ni para la moda. Ni por asomo. Lo mío es un avance de temporada natural, no comercial. Un apetito por el otoño de lo más innato.

O eso creo. Porque desde hace unas semanas, después de ver la fotografía que figura bajo estas líneas, ya no sé si en el fondo soy presa perfecta de publicista. Aunque mire pero no toque.


30.8.12

33. Bienvenidos al Sur

Es bueno ser uno mismo. No esconderse. No pretender ser quién no se es. Sin duda. Sin embargo, hay veces que es especialmente conveniente limar los defectos y las cutreces de uno para no caer en el peor y más triste de los ridículos. Reirnos es estupendo. De nosotros mismos, todavía mejor. Pero al tanto, no sea que demos pena.

Como no quiero creer que vivimos en un país de pacotilla, soy de las que sospecha que Cecilia es una cortina de humo. No dudo que Rajoy se habrá gastado su paga extra en gratificar a la señora para alegrar este mes de agosto árido para nuestras finanzas. Se trata de ganar semanas y el Ecce Homo está siendo un entretenimiento a la altura de nuestras necesidades.

Pero resulta que no sólo nosotros, ombliguistas, sabemos llamar la atención. Hace una hora, leía en el subtitulado de la televisión portuguesa lo siguiente: Economista da troika, vítima de carteirista em Lisboa. Sí, sí, hay quién no le teme a los hombres de negro. No sólo no les teme, sino que para que Bruselas sepa lo que es estar sin blanca, se atreve a meter mano a palo seco en bolsillo comunitario. Así, en vivo y en directo. Éso, definitivamente, es gracia con clase. 


25.8.12

32. Abracadabra

No lo neguemos, somos muy autorreferenciales.  Pocas son las personas que conozco que no truncan y enlazan historias ajenas para llevarlas a su propia vida. Reconozco ser pecadora reincidente. Dependiendo de la frecuencia y la manera con que se recorte el cuento del otro, puedes ser entretenido, fastidioso o bien totalmente repulsivo.

Fuera del 5º izquierda, llevo unas semanas autorreferenciales a tutiplén. Pero no de palabra,  sino de mente, que es más perverso. He tenido un verano pródigo en lecturas y doy por ello gracias a mi alrededor- entorno que dirían en Tele 5- por haberme permitido hundir la cabeza en historias escritas. También debo un agradecimiento a Ryanair- quizá lo único que llegue jamás a agradecerles y quizá el único reconocimiento que reciban en estas fechas- por no haberme privado en esta ocasión de traer mis lecturas bajo el pecado del kilo de más.

Mi mente alevosa ha conseguido asociar mi vida con cada uno de los libros que he consumido. He reencontrado parte de mi historia en todos ellos. Cierto es también que no he optado este año por escritores foráneos, sino por producto nacional, facilitando así la identificación. Una educación guiri y una falta de interés continuada han hecho que acumulara importantes lagunas en literatura española que trato- acaso en vano, tal es el hoyo- reparar de vez en cuando.

No sólo he compartido referencias con los autores electos sino que, hace un par de días, más allá de nuestras fronteras, abro al azar un suplemento literario de un periódico autóctono y aparece a página entera uno de los periodistas domésticos que más honro, recién traducido al portugués. Me fascinan los encuentros fortuitos en la vida, pero también sobre papel. Disfruto creyendo que ésa página- con su texto y su fotografia- se ha diseñado por artes ocultos justo antes de que yo girara la anterior. Exactamente para que yo la leyera en ese preciso momento. Vaya  ego pensarán. Yo también. Pero no me importa admitir que si es coincidencia, sólo coincidencia, absolutamente casual y fortuita, también me ha sabido a magia.


20.7.12

31. ¡A los leones!

Empieza a ser cada vez más común toparte con seres sin pelos, sin barba, sin olores, sin miserias, sin vida propia, sin ideas, sin kilos de más y sin alcohol. Pero amigos, es muy infrecuente encontrarse con gente sin vocación. Da la impresión de que aquí todo hijo de vecino ha sabido desde sus meses de gestación en el útero materno que quería ser Analista Programador TIBCO ATS o bien Coordinador de Acomodación para Eventos Deportivos. También hay quien desde su más pronta edad quiso devenir Consultor de Virtualización con especialización Desktop o sencillamente Area Manager, aunque no se sepa bien bien de qué. Debo ser el único organismo vivo del planeta que ha pasado treinta años sin vocación. Ojo, se puede trabajar y vivir. Pero sin vocación, la cosa es menos excitante. Y además, corres el riesgo de que te consideren perdido de la vida y te condenen ¡a los leones!

Soy absolutamente consciente de que es bueno especializarse y progresar en una carrera. A pesar de haber hecho lo contrario. Especialización y progresión suelen asegurarte un conocimiento más profundo y un futuro más brillante. Pero ¿siempre?  En mi camino, que más que un libro de estilo ha sido un test de prueba y error, he frecuentado muchos zombies con cara de consultores vocacionales. Y a pesar de que mi conocimiento de literatura fantástica es casi nulo, si lo poco que sé no me falla, creo que los zombies sólo se ven entre ellos. Así que yo lo he sido. No sólo éso, sino que los sigo viendo. En cuanto les guiñas el ojo, ellos te responden y reconocen su condición de muertos vivientes laborales. Carreras impolutas, guerras de poder, expedientes intachables. Pero mucha tristeza y cierto desaliento. Aunque parezca que la vocación viene de serie, no siempre. Atención, que con la que está cayendo, no se me ocurriría alentar a los zombies a tirarlo todo por la borda. Primero hay que comer. Pero si algún ERE se les cruza por el camino, zombies, no lo duden ¡salgan a la luz!



14.7.12

30. Sursum corda*

Siempre he tenido la virtud de hacer mucho con poco. Ahora me falta la forma de monetizar mi personal versión de reproducir panes y peces. Sin bromas, poco puede ser suficiente. Y ante las angustias de que lo poco sea menos, indignarse, desde luego. También pelear, ser creativos e intentar relativizar. La preocupación y zozobra por lo macro no debería ser irreconciliable con el disfrute de lo micro a nuestro alcance. Lo predico pero sobretodo procuro practicarlo.

Ello implica no olvidar detalles gratuitos y perfectos. Y como lo perfecto es un oasis efímero, hay que cazarlo al vuelo. Como ésa tarde. Inmejorable, sin preverla. Sin buscarla. Aire puro. Estancia de prestado. Luz y brisa impecables. Sillón ni dentro ni fuera. Mi autor favorito entre las manos tras long time no see. Y, sobretodo, silencio. Mis fundamentales cerca pero aquejados de profunda narcosis. Puntazo. Carambola. Lotto. Leí así, en ese limbo de absoluta felicidad, más de dos horas. Sin compartir. Sin ser responsable. Sin pedir. Sin dar explicaciones. Pequeños lujos que ayudan a iluminar tiempos renegridos y levantar esos corazones. Sursum corda.
* arriba los corazones

6.7.12

29. La recomendable levedad del ser


Llevo una vida entera arrastrando trastos. Trastos estupendos, no crean. Pero trastos al fin y al cabo. Cinco países, ocho casas, algunos añitos, muchos amigos, novios y cierto síndrome de Diógenes cohibido. Por mucho que creas en la autosuficiencia y en la reducción al máximo de las necesidades, por mucho que te creas minimalista, recicles y busques cierta austeridad, siempre hay pinchazos. Apegos emocionales por cosas absurdas, adoración por los trapos, un chino en los bajos que te atrae como un imán, mucho papel, facturas de los noventa o simplemente recuerdos que temes echar a faltar.

En el 5º izquierda hay dos cajones, una librería y un armario que atraen la anarquía y el acopio. A pesar de inspecciones técnicas recurrentes. ¿No les pasa? No se engañen, aunque los escondamos en cajas y cajones, aunque los asfixiemos en armarios y desvanes, ellos, los objetos, siguen ahí. Siguen siendo activos en nuestra cuenta corriente de cosas. Y por maltratados y olvidados en algún fondo de algún lugar, por no alardear de ellos y sacarlos a la superficie, estarán probablemente acumulando un mal karma de vete con cuidado.

Como saben, cuando hay cosas que me inquietan, me sulfuran o me preocupan, me dan arrebatos. Impulsos potentes que me llevan a dedicar horas maniáticas a cualquier pequeñez, con el objetivo de no centrarme en las desazones de mi cerebro. Y como efecto colateral, poner orden en el caos. Pues bien, debe ser que llevo incorporado cierto desasosiego a lo largo de esta estación porque en pocas horas he acabado con parte de mi historia. Y me está gustando. Pruébenlo. Sienta bien. Y hasta parece que has hecho dieta.


29.6.12

28. Efectos secundarios

Se abrió la veda. Todos a por ellas. En esta ciudad anclada en la meseta dónde lo más húmedo suele ser tu ducha, el quince de junio es una efeméride destacada. Ese día, las piscinas son las reinas del Carnaval. Abren sus plumas. Y, con ellas, llegan los efectos secundarios. Salen a relucir los bíceps musculosos de los socorristas tras meses hibernando. Para mí, demasiado ostentosos y trabajados. Surgen esos michelines sin complejos rodeados de bañadores imposibles. Auténticos ejemplos de amor propio ¡Me encantan! Se forman corralitos mañaneros, incontestables alternativas a Espejo Público. Empieza la guerra por estampar tu toalla en suelos de asfalto, cual Paseo de la Fama meridional. Destacan también batallas de Delial y otros pulverizadores, interrumpidas por alguna tregua, casi siempre amenizada por Cuore. No menosprecien, los latigazos solares de nuestra peculiar tundra no permiten nada más trascendente. Madrid en verano es una verdadera fiesta.



19.6.12

26. Ellos sí que saben

Este fin de semana me fugué del 5º izquierda para asistir a dos grandes fiestas. Inmejorable plan. En las dos se celebraba el amor. En una el amor reciente, en la otra veinte años de felicidad. Las dos fueron preparadas con mimo y detalle. Y hubo algo que me fascinó: una llamada.

Dos horas antes de la juerga de los mayores, repasando lo que faltaba, se produjo la llamada. No te olvides, oí decir a mis tíos benjamines por teléfono. Hablaban con el farmacéutico. ¿Y quién es ese?, inquirí. Nuestro amigo farmacéutico. Es el encargado de traer el material. 

Amigos, mis tíos y sus congéneres no son del todo yonkis, como probablemente pensaran a estas alturas. Sólo que el paso del tiempo les ha ayudado a saber divertirse. Y ante cualquier celebración que premediten, regada como sólo ellos saben, emplean toda su sabiduría. Son cautos. El farmacéutico llegó al rato con dos resplandecientes cajetillas de protector de estómago y las desplegó en una mesita dispuesta al efecto. Compartir es vivir. Poco después, todo el grupo llevó a cabo su particular ritual. Ruló el omeoprazol entre los asistentes antes de que se volcaran en vinos pluscuamperfectos y gin tonics infinitos. Impecable planificación del disfrute. Ellos sí que saben, y saben que, así, el mañana nunca muere.


12.6.12

25. La boda de mi mejor amigo


Tu mejor amigo no se casa cada día. Y el mío, menos. ¿Visualizan al típico invitado que a pesar de darlo todo en los bodorrios, al salir reniega de la humanidad y sus tradiciones, jurando eternamente no formar parte de ningún pack bodil preconcebido por Cupido? Es él. ¿Lo ven? Traje oscuro. Gafas blancas. A cada frase de cura o alcalde, en cualquier boda, da un paso atrás. Como si tuviera urticaria. A mí no me veréis por aquí, parecen decir sus poros. Ésto no va conmigo.

Pero amigos, el amor todo lo puede. Vence alergias y negativas. Sube y baja montañas, bucea dónde puede, atraviesa el planeta. Y encima te regala una amiga. Que la amistad no se encuentra en los outlets, oigan.

Crisis que no existen, rescates que nunca pediremos, matrimonios que no serán. ¡No todo lo que se viene negando es malo, señores! Al contrario, hay cosas emocionantes e ilusioneras, como diría mi abuela. Y ando yo más feliciana...



3.4.12

24. De mudanzas con Shakira


En el 5º izquierda somos definitivamente urbanitas. Necesitamos en nuestro día a día el chino de abajo, las colillas del parque, la panadería del barrio, el cine a cinco minutos y el CO2 de Ana Botella.

A pesar de eso, es frecuente oírnos adquirir casas y palacios de boquilla alrededor del globo. En lejanos países, en pequeños pueblos, en remotos lugares. Es, diría yo, una de nuestras aficiones favoritas. Y tiene auténticas ventajas. No pasas por el departamento de riesgos ni tienes pesadillas con los tipos de interés. Últimamente, hemos reincidido y en un par de ocasiones hemos adquirido mentalmente un hogar en el mismo lugar. Ni ciudad, ni campo. Pueblo cercano a ciudad mediterránea, dónde viven nuestros amigos Inés y Alex. Hace años establecieron ahí su  idílico cuartel general y cada vez que vamos, sentimos que lo que lo que en el fondo queremos es eso. Descansar bajo esos árboles. Compartir ese silencio. En ese lugar, créanme, uno se imagina con el pack rural, can incluido. Lo que para mí siempre fue ciencia-ficción. He de admitir que tras el subidón por los alérgenos y la espontánea conversión a la vida de campiña, el camino de vuelta a la ciudad es a menudo revelador de los inconvenientes que esconde nuestra bucólica decisión. Pero a pesar de eso, los sueños, sueños son.

Pues bien, esta mañana, fresca como una rosa, me dispongo a leer las noticias. Tras ocho asesinatos y la disección de las promesas de Guindos, no imaginan el sofoco que me invade al leer que Shakira comparte afición con nosotros. Con la ligera diferencia de que sus adquisiciones no son mera ficción. Shakira pretende instalarse en nuestro pueblo-to-be. Veo alejarse mi limonero. No nos engañenmos. Su instalación va a acrecentar el precio de nuestra imaginaria vivienda. Va a convertir el lugar en meca de adolescentes convulsos y aspirantes a Paulinas Rubios. Nuestro tranquilo retiro pasará a ser escenario de persecuciones de papel couché. Me coge insomnio e interrumpe nuestro sueño. Adiós limonada.


28.3.12

23. Nuestros inicios, sus mitades

Nuestros treintas son su veintes. Nuestros cuarentas, sus treintas. Nuestros inicios, sus mitades. Llegamos tarde y nos cuesta más. Hay un desfase de una década entre lo que nuestros mayores hicieron y lo que nosotros tratamos de llevar a cabo. No es nada nuevo. No es un descubrimiento. Un buen día tomas consciencia y siempre después lo compruebas. Hay pocas excepciones.

Tengo el aspecto que ellos tenían en sus veintes. Lucho por aquéllo que ellos abordaron una década antes. Solucionamos debates que ellos tenían resueltos con diez años menos. Fueron adultos antes de nuestra hora. Su realidad fue menos dócil que la que nos vio crecer a nosotros. Eran mayores. Tenían canas.

Espejo, tú que sabes, ¿porqué ese retraso? ¿porqué vivimos tanto tiempo en formol? El haber aprendido de ellos debiera habernos hecho avanzar más rápido y, sin embargo, asumimos responsabilidades con hondo desfase. No hay duda de que tenemos otras dificultades pero ¿acaso tardaron más en despertar nuestras células? ¿acaso el Estado de Bienestar nos hizo crecer a cámara lenta y no nos preparó para el aguacero de hoy? Quisiera haber corrido más, haber asumido antes, haber despertado pronto.

Espejo, tú que sabes ¿estos turbios e inseguros tiempos de ahora harán que nuestros hijos vuelvan a ser como nuestros padres?


20.3.12

22. Matrioska


Nunca he encajado demasiado. En el fondo, no está nada mal. Con los años ves que tiene su  punto. 

Allá me consideran de aquí. Por supuesto, aquí soy de allá. No estoy mal como hija, pero no soy exactamente lo previsto. La talla de mi pie no cuadra con mi altura. Embarazada, la gente de la calle pensaba que era de penalty. Mi cara de niña no casaba con el barrigón. Mi vecino piensa que debería mudarme de barrio. A uno más pijo. Por querer ascensor. Me gusta escribir pero no soy escritora. Ni periodista. Ni siquiera redactoraQuepo en una 36 pero no queda como debería. También en una 38, pero no se supone que debe caer así. Me consta que soy mejor amiga, pero en la distancia. Así que no plenamente. He trabajado aquí pero me faltaba algo. He trabajado ahí, pero no era mi sitio. Soy abogada pero nunca he ejercido. Soy madre pero odio pensar en menús. No me identifico con ninguna tribu urbana. Por supuesto, ninguna tribu urbana se identifica conmigo. Mi ropa es contradictoria y aunque me guste, a menudo no pega. Tengo muchos amigos, pero nunca formaríamos un grupo homogéneo. Pocos se aguantarían entre sí. Así que, como veis, nunca he encajado demasiado.

Y eso que mi abuela se esforzó. De su primer viaje a Rusia, cuando era yo pequeña, me trajo una Matrioska que todavía conservo. Un perfecto engranaje. Encaje por antonomasia. Una lección. Pero lo que nadie sabe es que, si bien cuando me la regaló era como todas, por mudanzas varias y azares del destino, hoy en día la Matrioska está vacía. Sólo encaja consigo misma. ¿Alter ego? Quizá. Tan sólo tiene un encaje pero a la Matrioska le encanta poder ir por libre y disfruta mezclándose con los demás.


13.3.12

21. Arreglillos


Hoy le he hecho una limpieza facial y algún otro arreglillo a un maromo. Soy de su confianza y, aunque tenso y con alguna que otra interrupción, me ha dejado hacer. Entonces, con dos pinzas en una mano, tijeras y algodones varios en la otra, he tenido empatía. Total identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro. Me ha saltado una lágrima por cada pelo extraído. He tenido los poros alterados toda la mañana por esas rojeces en pellejo ajeno. Se me han abierto las cutículas por compasión. La semana pasada también me dejaron cortarle el pelo a un menor. ¿Qué habré hecho yo para merecer tal voto de confianza? ¿Acaso el careto o la melena no es relevante y puede dejarse entre manos del primer venido? ¿Habrá alguien visto en mi áurea un brillante futuro de esteticién? Si es así, que me lo diga, sigo en busca del Santo Grial laboral.

Probablemente el haber acabado con mis manos en su masa haya obedecido sencillamente a un acto de inconsciencia, atrevimiento o enajenación mental transitoria de los dos mártires. A mí también me ocurre. Sabéis de mi inconstancia. Pocas veces me encontrareis en la misma peluquería o centro de belleza. Ese carácter aventurero que Dios me dio hace que a menudo me someta a peluqueros con crines encrespadas o esteticistas con las cejas de star treck. Abundan. Surgen. Se multiplican. Se esconden tras rótulos como Beauty & Health para confundir. Aunque no os lo creáis. 

¿Será que mi madre tiene razón? Con lo mona que tú eres, haces todo lo que puedes para no sacarte partido. No mamá, como ves todo se debe a mi espíritu inquieto. Me gusta vivir al límite y las emociones fuertes, no saber si saldré del establecimiento como Rania o como Raquel Mosquera. Además, tú me enseñaste a creer en la gente y que el hábito no hace al monje. Me gustan los actos de fe. Los míos y los ajenos. ¿Un arreglillo? ¿Alguien se anima?



7.3.12

20. Gracias por su visita


Nunca he estado en Suecia. Pero lo imagino fácilmente. La incompatibilidad térmica que algunos desarrollamos respecto a determinadas coordenadas geodésicas no me permitiría atravesar el portal. Así que mi vida en Suecia sería prácticamente como vivir siempre dentro de casa. Un 5º izquierda 7-Eleven

Vamos, lo que vengo haciendo en las últimas semanas, el tiempo que llevamos retenidos involuntariamente por un captor infeccioso que todo lo puede. Quince días haciendo puzzles, contando canicas, explotando burbujas, husmeando las obras de enfrente y viendo dibujos. Nuestra rutina vital es rica y variada. Y ese es el truco. Enlazas un día con otro cual rehén bajo la protección de tu raptor y al cabo de unos días ya no deseas salir de casa. Quieres a tu secuestrador. Puro Estocolmo. Si además se te han colado objetos godmorgon o skydda por la mirilla, puedes considerarte protagonista de una auténtica nordic way of life

Siempre creímos que nos gustaba la vida exterior. Andar, correr, pasear por las calles, por los parques, por los bulevares, por las avenidas. Ahora nos asusta. No sea que nos crucemos en el semáforo con una gastro o un piojo. Mejor que venga el médico, nos de el alta, dejemos Suecia y nos volvamos al sur. Doctor, gracias por su visita.

29.2.12

19. Pubertad

Un día cualquiera alguien te dice vete, vete de mi habitación, mamá. Todo parece normal, pero tu cabeza hace de repente algunas sumas, raíces cuadradas y una última operación y concluye que no es posible. No salen las cuentas ¿Cómo en 27 meses se puede pasar de embrión a adolescente? Esa misma tarde se confirma la pubertad. Tras una larga siesta llegan dos déjame y un yo solo. Sólo falta el acné. ¡Pero si aquí la adolescente tardía era yo! Esto va más deprisa que previsto.



15.2.12

18. Lo dice Liz


Acostumbro a cambiar de fondo de pantalla. Semanalmente, diría yo. Por eso no suelo colgar los cuadros en casa. Viven apoyados. Si tuviera que masillar y pintar después de cada permuta entre muros, no me daría tiempo a hacer cosas fundamentales. Como ducharme. Y, ante tal disyuntiva, evito la broca.

Hoy he vuelto a cambiar de fondo. Disfruto ahora de veintiuna jóvenes Elizabeth Taylor clonadas. Veintiuna Liz con vestido de novia, transparencias, triple cuello, velo y talla de avispa. Parece cándida. Parece. ¿Por qué Liz? Ni idea. No le tengo especial admiración. Respeto, sí. Creo que simplemente me ha gustado lo que veía. El caso es que el fondo azul hace que parezca un icóno, suerte de muñeca rusa o estampa naïf.  Ya casi de noche recuerdo que es catorce de febrero. Y que Liz era anglosajona. Está claro. Ha venido a hablarme de amor. Porque si hay una persona que haya repartido amor en este mundo, ésa es Liz.

Ella me dice ven y lo dejo todo. Hoy no hay cena, no hay baño, no hay conversaciones ni cartas por abrir. No hay películas, no hay distracciones ni cenas románticas. La Taylor no llama cada día a la puerta de una para instruirle sobre los misterios del querer. Hoy soy toda oídos.

Ocho bodas. Siete maridos. Estaba llena de amor- me dice- y como un sólo hombre no reunía todo lo que yo necesitaba, he ido construyendo a mi hombre ideal con el tiempo. Con pinceladas de los siete. Bueno, éso sólo lo he visto al final, admite. Pues vaya, pienso yo, no está mal, en vez de quejarte eternamente de lo que uno no tiene, ir completándolo está bien visto. Hay que ser constructivo. Una vez aclarada la piedra angular de su vida amorosa, abordamos temas más triviales para relajar el ambiente. Y es que la proyección de tener que hacer un patchwork de hombres para alcanzar la felicidad me ha dejado un tanto helada. Qué ilusa yo con mi modelo singular.

Para restablecer la armonía, Liz me cuenta que el vestido que lleva en la imagen de mi pantalla no es de ninguna de sus bodas. Y repasamos los suyos uno a uno. Aunque tengo dificultades para obviar sus chándales de los últimos años, reconozco que cada vestido responde a una época y que hay una progresión para bien con alguna excepción (cuarta y sexta boda), siempre que anulemos de pleno derecho la traca final en Neverland. Descontando el último, siete trajes. Como Camps. Tras un ratito piropeándonos y despidiéndonos pienso que debería tomarme en serio lo del patchwork. Aunque sólo sea por no tener que decidirme por un único vestido. Si no logro quedarme ni con un fondo de pantalla.



11.2.12

17. Out of order


No es que no quiera escribir. No escribo, no hablo, no escucho. No hago nada de provecho. Y es que hace algunos días entraron chinches en mi cuerpo. Se colaron a través de un virus informático y me han estado desprogramando. Mi ADN no estaba preparado para este ataque virtual y no ha sabido defenderse.

Desde hace algunos días sólo sé hacer click. Click. Click. Click. Click. Este tic es la principal manifestación del virus. Otra secuela es que tu particular banda sonora deja de funcionar. El disco, casete, vinilo- según tu década de nacimiento- se raya, para entendernos. Y por ello, desde hace unos días, dentro de mí, se repite sin cesar  dubiduuuu quiero ser como túuuuuu. Ridiculo, ¿eh? Lo sé. Es lo que sonaba cuando desembarcaron los chinches. Para qué engañarnos, es lo que suele sonar. Hubiese preferido a Glenn Gould como hilo musical, pero oye, los virus no se planifican. 


Click. Click. Click. Click. Click. Quiero ser como túuuuuu. Mi cerebro ya no es mío. Se encalló en algún lugar, entre tecla y tecla. ¡Vuelve a mí! Nunca te he utilizado demasiado, pero me haces falta. Dubiduuuu. Click. Click. Click. En mi primer intento por recuperar el alma, apago el ordenador. Pero una llamada interna me estampa brutalmente contra el botón más absurdo. Lavadora. Humidificador. Semáforos. Ascensor. Click. Click. Click. Click. Y así, de interruptor en interruptor.


Al ver que la primera tentativa es, si más no, insuficiente, me apunto a yoga. Dubiduuuuu. No a cualquier deporte. Yoga a 40º. Quizá así, en la transición ambiental entre los 40 y los 0 grados, los chinches mueran y el virus me abandone. Además, seguro que ahí no dejaran pulsar nada. No hay teclas. No hay botones. No hay batidoras. No hay nada de nada. Sólo sudor y lágrimas. Quizá así pueda volver a ser humana.


Pero tampoco. La flexibilidad sólo me aporta monstruosas agujetas y una paz momentánea. Dubiduuuuu. Si no fuera por las molestias musculares que el ejercicio ha provocado hasta en mis dedos, estaría tecleando. Seguro. ¿Y esa llamada interna tan potente hacia las teclas? ¿Fe, por fin? ¿Curiosidad exacerbada? ¿Cotilleo frenético? ¿Adicción a secas? Mientras intento analizar el asunto, voy llamando a mi último comodín, el servicio de eliminación de chinches.



7.2.12

16. Voyeurismo


Los diminutos, nadie sabe dónde están, pequeños seres bondadosos, están viviendo entre nosotros, pero seguro que no los verás. Yo los veo. Y no, no tengo alucinaciones ni síndromes de persecución. En casa, todos los vemos. Nuestros invitados confirman que no hemos perdido el juicio. No son bien bien diminutos. Son seres en los que un día te fijas y ya no puedes ignorar nunca más. Sospecho que se encuentran bien y a sus anchas en el 5º izquierda. Son estáticos y se colocan en lugares estratégicos. Tontos no son.

El Robot intenta fundirse cual camaleón con el blanco de la caldera. Pero no nos engaña. Dotado de una cabeza muy dura, ojos prominentes y cuatro dientes, se ha colocado con mucha pericia frente a la ducha del 5º izquierda, que no frente a la bañera, que él sabe menos frecuentada. O disfruta de nuestras cantatas matutinas o es un poco voyeur. Y por el guiño que nos hace al despertar y por la pésima modulación de nuestras voces, me decantaría por lo segundo.

El Fraile es, si cabe, más descocado. Suponemos que harto de abadías, se instaló un buen día en el techo de la habitación, aprovechando la aparición de una gotera. E hizo de los líndes de la humedad su perfil. Es igualito a Guillermo de Baskerville, mismos rasgos, misma coronilla. Quizá a Umberto Ecco también se le apareció y al avistarlo cada noche acabó escribiendo El nombre de la Rosa. He oído que sus novelas nunca empezaron a partir de un proyecto, sino de una imagen. No se inquieten, no tengo altas aspiraciones. Creo sencillamente que nuestro querido franciscano se aburría en la abadía y decidió sustituirla por una habitación con vistas, vistas sobre nuestra cama.

Y así es como una familia se convierte en carne de reality para espectadores singulares. Seguro que no somos la única ¿O sí?



Hoy, playback de la Bambola. Auténtica dislexia entre letra e interpretación. Pero bonita.

1.2.12

15. Terapias textiles


Con frecuencia mi actitud hacia la ropa es por lo menos desagradecida. Suelo desear lo que no tengo y olvidar fácilmente lo que poseo. Si además incurre el desorden entre mis prendas, ojos que no ven, corazón que no siente. Caen rápidamente en profunda desatención y completa ignorancia. Debería ser sin duda más considerada. Debería ser consciente de que los trapos me ahorran fortunas en terapias. ¿Para qué tratamientos si tienes un armario? Mirándolo fijamente puedes sonrojarte, sonreír, llorar con desconsuelo, gimotear por frustración, o volcarte con desenfreno y ordenarlo cromáticamente. O por texturas. Sentirte orgullosa o vaciarlo y regalarlo cuando ya no te identificas.

Si tuviera mucho, mucho dinero compraría mucha ropa muy, muy bonita. O eso creo. Pero unos ya habituales impulsos hacen que a menudo tenga una atracción inmediata hacia piezas que, si pensara de forma sosegada, calificaría sin duda de horteras. Recuerdo esos calentadores o ese abrigo de falso leopardo que decoran los espacios más íntimos del 5º izquierda. El tiempo me hace ver la realidad. Pero en el momento de adquirirlos ahí están y yo los necesito. Por suerte no suelen ser caros. Por suerte la contradicción se siente cómoda en estos armarios. Así que mis prendas- bonitas, horteras, sobrias y kitsch- logran vivir en armonía y aceptan combinarse con toda naturalidad. Gobierna la tolerancia.

Pero hoy ha llegado Clemente a mi guardarropa. Como Platero, Clemente es pequeño, peludo, suave. Pero tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo. Pese a la tolerancia textil de la que me vengo jactando, su llegada ha causado desconcierto en el vestuario. Y es que Clemente es porcino. PIGs para los que no entienden nada de nada. Ciertas prendas y algún complemento intransigente, en vez de alegrarse, lo ha mirado con recelo. Y yo he fruncido el ceño. ¿Acaso no sabe esa ropita mía que nadie es imprescindible?, ¿que no sólo lo nórdico es perfecto?, ¿que cualquiera puede caer en el peor de los destierros? ¿Que el sectarismo no es bueno y, en cambio, el jamón es delicioso?


Este es Clemente, my friend.

29.1.12

14. Afición al melodrama


Me encanta pasear en horas prohibidas. Todo es mejor, más auténtico. Robado. La ciudad nunca está más atractiva que cuando se supone que has de estar entre los cuatro muros de una oficina. El aire es más puro. Las personas más éllas. Las cosas, más interesantes. Ahora que tengo tiempo, practico la religión de pasear en estas horas prohibidas, aunque no lo sean ya tanto.

Pero mi religión me está fallando. Sé que me iré. Ignoro cuando. Pero me iré. Así que sin quererlo, vivo en el bonus track de la ciudad. Sin quererlo, los paseos van siendo una larga despedida de los rincones, de los momentos, de las vidas vividas en estas calles que me adoptaron. Echo de menos Madrid, y todavía vivo aquí. Ando y paseo lagrimillas por unas calles que casi ya no recuerdo.

Y eso que debería estar acostumbrada. Nada en mí es permanente. Salvo un nuevo esmalte de uñas del que alaban la duración y al que me estoy aficionando, prácticamente todo en mi vida es provisional. Y si no lo es, tengo la permanente sensación -¡algo que permanece!- de que será provisional. Pues a pesar de la inclinación al cambio que todos conocéis, no me han gustado nunca las despedidas. Cuando me importan, me impiden tragar. Y ahora, además, fastidian mis paseos favoritos. Afición al melodrama, si no, no me lo explico.



Hoy suena Luisa Sobral en el 5º izquierda.

25.1.12

13. Madame vous tutuoie

Me educaron maîtresses, madames y monsieurs. Tratarles de usted era nuestro pan de cada día. No existía el tú ni en el sueño más remoto. Flexibles sí, pero con la plastelina. Ellas y ellos, siempre de vous

Me ha servido mucho en la vida. A saber estar en mi lugar. A adecuar el trato a las personas. A no gritar "Dolooores!" cuando ésta espera de tí "un Profesora, disculpe". Según mis pesquisas existen dos maneras de romper la valla dialéctica del respeto esperado. Una es el paso del tiempo, el ahondamiento de una relación y la consecuente generación de cierta confianza. Si en paralelo vas haciéndote mayor, activas la segunda vía, a saber, la reducción del universo de personas a quienes has de tratar de usted. 

Hace poco supe que podía empezar a reducir ese universo. Parque de atracciones de Madrid. Un repentino vértigo proyectado me paralizó e impidió seguir avanzando en la cola de una montaña rusa. Inmovilidad total. Burla de mis solidarios acompañantes. Y, de repente, una voz aguda que nunca olvidaré. Señora, ¿va a quedarse ahí?¿no va a subir?¿podemos pasar?  Dos seres de medio metro impacientes por hacer su sexto recorrido por esas locas vías a ninguna parte se dirigían a mí. Educados, eso sí. Pero ¿Señora? ¿Así se me ve desde ahí abajo?

Han pasado unos días y he recobrado la serenidad. Puedo ya abordar el tema, aunque de momento sólo por escrito. Ahora soy señora. El conocimiento de las relaciones sociales forjado a base de educación à la française me indica que llegó el momento de dar el salto. Mi nuevo estatus me confiere el poder de tutear con naturalidad. Creo además seriamente que ya ha habido suficiente trato entre nosotros como para dejar de escribir para ustedes y empezar a hacerlo para vosotros. Hay confianza. Madame va vous tutoyer. Espero que hagáis lo mismo.



Hoy suena Feo, Fuerte y Formal en el 5º izquierda.

19.1.12

12. La farola


Sigo odiando cosas que odiaba siendo niña. Odio insuperable. Los pasamontañas. La leche caliente. Los cuadros que no entiendo. El olor a coche nuevo. Sin embargo, de mayor he empezado a apreciar e incluso adorar algunas cosas que antes detestaba o en las que nunca había reparado. Las setas. Los quesos apestosos. Las farolas.

Éstas últimas han sido un descubrimiento tardío. Creo que empezó por gustarme la palabra. El tipo más simpático del barrio dónde vivo vende un periódico que lleva por nombre La farola delante del VIPS de turno. Cada día me regala una sonrisa, un feliz fin de semana o un ¿cómo te va? Creo que las farolas y yo empezamos a caernos bien a través de nuestro amigo en común.

Para mí siempre habían sido objetos altivos, solitarios y un tanto fríos. Sólo me habían llamado la atención por historias que de ellas había oído. Me contaban cuentos sobre la vida y milagros del sereno del barrio del centro de Barcelona dónde vivía mi familia, de cómo guardaba las llaves de toda la vecindad. Imaginaba un hombre con un llavero gigante deambulando repleto de secretos por la ciudad. Las farolas eran sus cómplices y compañeras. Más adelante, descubrí que las farolas podían aspirar a ser emblemáticas para un país. Los belgas las consideran casi seña de identidad. Por la cantidad de luces que adorna sus carreteras, cual mancha de crudo el país se distingue desde la luna. Para ellos, motivo de orgullo nacional.

A pesar de las historias, estas jirafas urbanas habían sido hasta ahora invisibles a mis ojos. Pero el mismo efecto mágico que hizo que cuando me embaracé mi vista sólo divisaba mujeres encinta, hace ahora que mis retinas sólo vean farolas y sientan fascinación por ellas. Aunque no por todas. Las hay distantes y desagradables. Pero las hay chismosas, como la que he descubierto asomando la cabeza en el balcón de mi vecina, a tres metros del 5º izquierda. Las hay que mejoran el paisaje e incluso, las de más mérito, hacen ellas solas el paisaje, como ésta con la que me topé el otro día. ¿No creen?




10.1.12

11. El uno de enero se vende aquí




Todavía hoy le he deseado feliz año a tres personas. Si puede ser, mejor que el anterior. Si no, por lo menos, jesusito que me quede como estoy.

Pensando en esto y paseando hace unos días por los alrededores de unas preciosas termas abandonadas por la memoria, vi los carteles de la fotografía. Como el decorado, los anuncios también habían vivido lo suyo y caído en el olvido. De hecho, hasta ese día ignoré la existencia de O Primeiro de Janeiro, uno de los periódicos más antiguos de Portugal. O Primeiro de Janeiro vende-se aqui. Me hizo una gracia estúpida que el primer día del año pudiera venderse. Y de repente  empecé a delirar, seguramente aquejada por algún síndrome de Stendhal o de Camoês debido a la belleza de lo que me rodeaba.

¿Y si los días vividos pudieran venderse? No podríamos evitar vivirlos, pero una vez vivido un mal día, en vez de guardarlo en la mochila con el peso que supone para nuestro ánimo, ¡podríamos venderlos a precio de saldo! Un corto desamor, 15 y 16 de marzo del 2002. 60 euros. Una decepción, 24 de abril del año pasado. 35 euros. Fechas significativas que quisiéramos borrar. ¡Fuera!, ¡Al mejor postor! Igual con una mala racha... les ofrezco “julio y agosto del 83”. Alguien ávido por cargarse de karma positivo con sus buenas experiencias de esa época estaría sin duda dispuesto desembolsar sumas significativas por esos meses... ¿Imaginan?

Como ven, la acumulación de oxígeno y la belleza del paraje afectaron a mi raciocinio, pero no puedo esconder que he estado vendiendo y comprando días mentalmente desde principios de año. Espero que no tengamos que desprendernos de los próximos 365. Espero que todos y cada uno tengamos un feliz año.