20.7.12

31. ¡A los leones!

Empieza a ser cada vez más común toparte con seres sin pelos, sin barba, sin olores, sin miserias, sin vida propia, sin ideas, sin kilos de más y sin alcohol. Pero amigos, es muy infrecuente encontrarse con gente sin vocación. Da la impresión de que aquí todo hijo de vecino ha sabido desde sus meses de gestación en el útero materno que quería ser Analista Programador TIBCO ATS o bien Coordinador de Acomodación para Eventos Deportivos. También hay quien desde su más pronta edad quiso devenir Consultor de Virtualización con especialización Desktop o sencillamente Area Manager, aunque no se sepa bien bien de qué. Debo ser el único organismo vivo del planeta que ha pasado treinta años sin vocación. Ojo, se puede trabajar y vivir. Pero sin vocación, la cosa es menos excitante. Y además, corres el riesgo de que te consideren perdido de la vida y te condenen ¡a los leones!

Soy absolutamente consciente de que es bueno especializarse y progresar en una carrera. A pesar de haber hecho lo contrario. Especialización y progresión suelen asegurarte un conocimiento más profundo y un futuro más brillante. Pero ¿siempre?  En mi camino, que más que un libro de estilo ha sido un test de prueba y error, he frecuentado muchos zombies con cara de consultores vocacionales. Y a pesar de que mi conocimiento de literatura fantástica es casi nulo, si lo poco que sé no me falla, creo que los zombies sólo se ven entre ellos. Así que yo lo he sido. No sólo éso, sino que los sigo viendo. En cuanto les guiñas el ojo, ellos te responden y reconocen su condición de muertos vivientes laborales. Carreras impolutas, guerras de poder, expedientes intachables. Pero mucha tristeza y cierto desaliento. Aunque parezca que la vocación viene de serie, no siempre. Atención, que con la que está cayendo, no se me ocurriría alentar a los zombies a tirarlo todo por la borda. Primero hay que comer. Pero si algún ERE se les cruza por el camino, zombies, no lo duden ¡salgan a la luz!



14.7.12

30. Sursum corda*

Siempre he tenido la virtud de hacer mucho con poco. Ahora me falta la forma de monetizar mi personal versión de reproducir panes y peces. Sin bromas, poco puede ser suficiente. Y ante las angustias de que lo poco sea menos, indignarse, desde luego. También pelear, ser creativos e intentar relativizar. La preocupación y zozobra por lo macro no debería ser irreconciliable con el disfrute de lo micro a nuestro alcance. Lo predico pero sobretodo procuro practicarlo.

Ello implica no olvidar detalles gratuitos y perfectos. Y como lo perfecto es un oasis efímero, hay que cazarlo al vuelo. Como ésa tarde. Inmejorable, sin preverla. Sin buscarla. Aire puro. Estancia de prestado. Luz y brisa impecables. Sillón ni dentro ni fuera. Mi autor favorito entre las manos tras long time no see. Y, sobretodo, silencio. Mis fundamentales cerca pero aquejados de profunda narcosis. Puntazo. Carambola. Lotto. Leí así, en ese limbo de absoluta felicidad, más de dos horas. Sin compartir. Sin ser responsable. Sin pedir. Sin dar explicaciones. Pequeños lujos que ayudan a iluminar tiempos renegridos y levantar esos corazones. Sursum corda.
* arriba los corazones

6.7.12

29. La recomendable levedad del ser


Llevo una vida entera arrastrando trastos. Trastos estupendos, no crean. Pero trastos al fin y al cabo. Cinco países, ocho casas, algunos añitos, muchos amigos, novios y cierto síndrome de Diógenes cohibido. Por mucho que creas en la autosuficiencia y en la reducción al máximo de las necesidades, por mucho que te creas minimalista, recicles y busques cierta austeridad, siempre hay pinchazos. Apegos emocionales por cosas absurdas, adoración por los trapos, un chino en los bajos que te atrae como un imán, mucho papel, facturas de los noventa o simplemente recuerdos que temes echar a faltar.

En el 5º izquierda hay dos cajones, una librería y un armario que atraen la anarquía y el acopio. A pesar de inspecciones técnicas recurrentes. ¿No les pasa? No se engañen, aunque los escondamos en cajas y cajones, aunque los asfixiemos en armarios y desvanes, ellos, los objetos, siguen ahí. Siguen siendo activos en nuestra cuenta corriente de cosas. Y por maltratados y olvidados en algún fondo de algún lugar, por no alardear de ellos y sacarlos a la superficie, estarán probablemente acumulando un mal karma de vete con cuidado.

Como saben, cuando hay cosas que me inquietan, me sulfuran o me preocupan, me dan arrebatos. Impulsos potentes que me llevan a dedicar horas maniáticas a cualquier pequeñez, con el objetivo de no centrarme en las desazones de mi cerebro. Y como efecto colateral, poner orden en el caos. Pues bien, debe ser que llevo incorporado cierto desasosiego a lo largo de esta estación porque en pocas horas he acabado con parte de mi historia. Y me está gustando. Pruébenlo. Sienta bien. Y hasta parece que has hecho dieta.