22.12.11

9. Este año soy Isabel

Llegó la época temida. No sólo seres apenas conocidos, ataviados con camellos y renos pretenden allanar nuestra morada, sino que además hemos de convertirnos en criaturas omnipotentes y ubícuas. Es cierto, nadie nos lo impone. Pero se nos espera en todas partes. Advertirán la sutileza del matiz.

Como no somos ubícuos, los habitantes del 5º izquierda solemos convertirnos de vez en cuando en Los Carmona, como fuimos acertadamente bautizados un buen día. En estas épocas del año, Los Carmona suelen desplazarse tomando 13 aviones, 5 trenes o en su defecto furgonetas para cruzar 4 veces la península por la Cañada Real. Les acompaña una maleta para tres, sino no serían Carmona. En la maleta han de convivir accesorios suficientes para engalanarse durante las  fiestas, complementos para la nieve, atributos para un posible día de campo, recambios en caso de vómitos por mareo, pañales y, por supuesto, regalos.

Curiosamente, cada vez que pienso en estas épocas durante el año me invaden a la vez nostalgia y alegría. Todavía más curioso: cada vez que pienso en estas épocas durante el año me proyecto con la chimenea, el belén y el cava en casa de la Preysler. Me lo creo. Me llego a emocionar brindando bajo los destellos de ese árbol quilométrico condimentado al milimetro. Pero a medida que pasan las estaciones, voy despertando de mis sueños. Primavera, verano, otoño...ay... Las imágenes doradas van perdiendo definición. Van apareciendo en mi imaginario retrasos de aviones, sobrepesos en la maleta, cursas maratonianas para estar en todas partes sin estar al fin con nadie, regalos por hacer y ese dolor de estomago que va in crescendo.

¿Y mi sueño? ¡Soy Isabel! ¡Quiero mi Navidad dorada! ¿Dónde están las sonrisas? ¿dónde están las burbujas? ¿dónde están los ángeles y las harpas? ¿Dónde está mi Navidad con botox verde y rojo? Noooooo, este año no se va a difuminar. Aunque pase frío, este año la maleta va cargada con mis mejores galas, repleta de perfumes, tacones y maquillajes. Este año buscaré la estrella de Oriente, esperaré con impaciencia a Papá Noel, respiraré tres veces ante cualquier disgusto y sonreiré por la suerte de estar con quienes quiero.




17.12.11

8. Anticonceptivos no orales


Hace algún tiempo hicimos un pacto en el 5º izquierda. Acordamos intentar no perder amistades debido a la prole. Ardua tarea. Lo estamos consiguiendo con relativo éxito.

Para evitar tales pérdidas afectivas procuramos seguir escrupulosamente un preciso código de conducta. Nuestra disciplina supone absoluto autocontrol, en ocasiones represión y establecimiento de ciertos signos de comunicación con tu pareja. La patada, por ejemplo.

En caso de no advertir el sutil puntapié de tu solícito bajo la mesa en ese momento de apertura emocional, te aventuras a ser considerado amigo anticonceptivo. No sólo eso, también cómplice en el descenso de la natalidad que acusa nuestro país. Por lo alta que puede llegar a ser la prima de riesgo para nuestra vida social, procuramos evitar excesivas referencias al mundo infantil con amigos que no lo han catado. Pero siempre hay algún desliz. O algún moco te delata.

Hay quien opta por pasar a relacionarse en exclusividad con quién ya ha procreado. Moverse en una zona de confort asegurada. Y no crean que no es tentador. Pero nos gustan los retos. No nos moverán de nuestra determinación de seguir alimentando la ilusión de que tenemos vida propia. Seguiremos pintándonos las uñas y afeitándonos detenidamente para salir, aunque eso suponga menos sueño todavía. Seguiremos yendo al cine de vez en cuando, aunque ronquemos antes de los títulos del inicio. Seguiremos adorando nuestra humilde mansión, aún cuando en cuarentena nos sintamos como en Alcatraz. Veneraremos la opción escolar que escogimos, aunque nos aporte más bacterias que aprobados. Disfrutaremos de ese paseo matinal hacia el colegio, aunque odiemos al que se queda en la cama. Repetiremos sin duda la experiencia de la reproducción, aunque las patadas nos provoquen moratones durante un lustro.

Sirvan estas líneas a modo de anticonceptivos no orales. Escritos.  


14.12.11

7. Flan Royal

Nuestra monarquía tiembla. Tiembla como un flan. Temor tiene de haber incorporado a la receta algún ingrediente inadecuado, y que el flan nos siente mal.

Pero coincidirán conmigo que por mucho yerno en discordia que surja, nuestro ADN ya no era azul. Y miren que lo fue. Mucho tiempo. Pero los gustos cambian, y a pesar de los esfuerzos de Hola, ya no fluye Bourbon por nuestras venas.

¿Acaso desayunan ustedes con la imagen de Letizia estampada en una taza de porcelana china? ¿Por casualidad pondrían la cara de Juan Carlos en sus balcones o negocios? Siempre recordaré el rostro de Juliana, la semana de su duelo, en todas las tiendas de ultramarinos holandesas. Dispongo de testigos y documentos gráficos. Enric González, en Historias de Londres, cuenta como “sin el mimo de la servidumbre, el talento de los lacayos y la benevolencia de los trabajadores, la aristocracia británica llevaría ya tiempo en el arroyo. Pero al inglés de a pie le gustan la monarquía, los terratenientes y los señores.” Algo de eso ocurre aquí, pero en menor grado. Lo habitual es que algunos demuestren simpatía hacia ciertos ingredientes. Como yo. Pero esa simpatía no basta para que vuelva a correr el whisky.

En casos sin devoción como el nuestro, las cuentas podrían justificar el resistiré de la monarquía. Si en algún momento la realeza generó preciados beneficios políticos, sospecho que ahora no se compensan las pérdidas que generan. Menos todavía si éstas se ven finalmente engrosadas por el ingrediente inadecuado. Es cierto que nuestro postre es más económico y de estar por casa que el soufflé francés, pero la marca nos viene impuesta. Y todo flan tiene fecha de caducidad. Incluso el Royal.






10.12.11

6. El algodón no engaña


La cara es lo primero que uno muestra. Salvo que llegues de nalgas. Y es lo primero que la gente ve de ti. Aunque también hay a quién mira primero los pechos. Si es usted del montón (nació de cabeza y usa una 85 B) su primer contacto con la gente será a través de su rostro. Merece pues un cuidado exquisito. Un grano reventado con prisas e in extremis podría equivaler a una falta de ortografía en su tarjeta de visita. Un grupúsculo de puntos negros abandonados en la faz correspondería a su vez a un pésimo diseño de su carta de presentación. Por lo tanto está claro. Hemos de cuidar ese cutis.

Prestar atención a nuestra epidermis no significa que tengamos que ser preciosos. Para eso están los profesionales de la belleza. El resto, basta con que seamos agradables y bienolientes. Como he escrito en alguna ocasión sobre mis dificultades con la constancia, me veo obligada a ahondar en la explosión de una revolución interna y pacífica que me está convirtiendo en ser fiel y constante en algunos aspectos de la vida.

Todo comenzó cierto día en que una querida amiga- digamos que Mara- acudió a mi llamada de socorro. Imploré en voz alta y a la virgen de Regla que existiese una crema buena bonita y barata para satisfacer las necesidades de mi piel y mi economía. Mara, diligente y ejecutiva somo siempre, convocó a sus cobayas al día siguiente en una dirección desconocida, aunque en un distinguido barrio de la ciudad. “Delante del número 20, a las cinco en punto”. Y ahí que acudimos. Para qué negarlo, con cierta desconfianza, ya que para milagros teníamos que haber sido citadas en una santería.

Pero ni velas, ni vírgenes ni restos de intestinos. En su lugar descubrimos un maravilloso espacio indiferente al paso del tiempo. Un viaje a los años cincuenta. Un lugar mágico en el universo de los comercios. Amplio, rectilíneo, repleto de fórmulas. Tras un estudio superficial de nuestras características, nos recomendaron productos y rituales. Todos ellos aptos para tiempos de crisis.

Más de dos años después parece inaudito pero sigo siendo devota de esos cosméticos sofisticados a la vez que ajenos al mundanal ruido. Y así de feliz ando yo por la vida, con menos arrugas y divulgando los beneficios de la fe. Porque el algodón no engaña. Palabra de señora.



7.12.11

5. Vagos vaguetes

Pronto hará cinco años que adquirimos el 5º izquierda.
Varios compradores, miles de años por delante de pagos y números.
Y desde entonces el 5º izquierda es vivienda habitual, y por ello generadora de ciertas desgravaciones acordes con la ley del momento.

La Administración ha ido aceptando nuestras desgravaciones sin corroborar nada. Hace unos días, al límite del tiempo de partido reglamentario, el árbitro pitó. Señores, presenten sus credenciales o no les devolvemos lo que les debemos.

Esta mañana dos de los titulares nos desplazamos a Hacienda. Le preguntamos a la lista y eficaz muchacha que nos atiende si el requerimiento recibido se debe a una suerte de tendencia cazafantasmas vinculada al apretón que sufren las cuentas nacionales. Nos contesta con un fino hilo de voz: “un poco”. Por un momento nos sentimos tan relevantes para el Estado como Urdangarín. Pero el subidón es corto. Le inquirimos también a la mujer la razón por la cual no nos pidieron la documentación el año siguiente a la compra. "Sólo somos ocho para toda la zona centro".

Será sin duda cierto que en algunos ministerios sobran ujieres anacrónicos y faltan técnicos. Pero también es verdad que el ritual del desayuno eterno no ayuda. Sin querer caricaturar: seis desayunaban mientras dos atendían. Falta de competitividad de nuestra manera de hacer dicen algunos. Linda perífrasis.

En el camino de vuelta una tienda corrobora mi intuición a simple vista. Doce de la mañana de un jueves. Está abierta. ¿Pero para qué subir las rejas si en un par de horas cerramos hasta las cinco?