29.1.12

14. Afición al melodrama


Me encanta pasear en horas prohibidas. Todo es mejor, más auténtico. Robado. La ciudad nunca está más atractiva que cuando se supone que has de estar entre los cuatro muros de una oficina. El aire es más puro. Las personas más éllas. Las cosas, más interesantes. Ahora que tengo tiempo, practico la religión de pasear en estas horas prohibidas, aunque no lo sean ya tanto.

Pero mi religión me está fallando. Sé que me iré. Ignoro cuando. Pero me iré. Así que sin quererlo, vivo en el bonus track de la ciudad. Sin quererlo, los paseos van siendo una larga despedida de los rincones, de los momentos, de las vidas vividas en estas calles que me adoptaron. Echo de menos Madrid, y todavía vivo aquí. Ando y paseo lagrimillas por unas calles que casi ya no recuerdo.

Y eso que debería estar acostumbrada. Nada en mí es permanente. Salvo un nuevo esmalte de uñas del que alaban la duración y al que me estoy aficionando, prácticamente todo en mi vida es provisional. Y si no lo es, tengo la permanente sensación -¡algo que permanece!- de que será provisional. Pues a pesar de la inclinación al cambio que todos conocéis, no me han gustado nunca las despedidas. Cuando me importan, me impiden tragar. Y ahora, además, fastidian mis paseos favoritos. Afición al melodrama, si no, no me lo explico.



Hoy suena Luisa Sobral en el 5º izquierda.

25.1.12

13. Madame vous tutuoie

Me educaron maîtresses, madames y monsieurs. Tratarles de usted era nuestro pan de cada día. No existía el tú ni en el sueño más remoto. Flexibles sí, pero con la plastelina. Ellas y ellos, siempre de vous

Me ha servido mucho en la vida. A saber estar en mi lugar. A adecuar el trato a las personas. A no gritar "Dolooores!" cuando ésta espera de tí "un Profesora, disculpe". Según mis pesquisas existen dos maneras de romper la valla dialéctica del respeto esperado. Una es el paso del tiempo, el ahondamiento de una relación y la consecuente generación de cierta confianza. Si en paralelo vas haciéndote mayor, activas la segunda vía, a saber, la reducción del universo de personas a quienes has de tratar de usted. 

Hace poco supe que podía empezar a reducir ese universo. Parque de atracciones de Madrid. Un repentino vértigo proyectado me paralizó e impidió seguir avanzando en la cola de una montaña rusa. Inmovilidad total. Burla de mis solidarios acompañantes. Y, de repente, una voz aguda que nunca olvidaré. Señora, ¿va a quedarse ahí?¿no va a subir?¿podemos pasar?  Dos seres de medio metro impacientes por hacer su sexto recorrido por esas locas vías a ninguna parte se dirigían a mí. Educados, eso sí. Pero ¿Señora? ¿Así se me ve desde ahí abajo?

Han pasado unos días y he recobrado la serenidad. Puedo ya abordar el tema, aunque de momento sólo por escrito. Ahora soy señora. El conocimiento de las relaciones sociales forjado a base de educación à la française me indica que llegó el momento de dar el salto. Mi nuevo estatus me confiere el poder de tutear con naturalidad. Creo además seriamente que ya ha habido suficiente trato entre nosotros como para dejar de escribir para ustedes y empezar a hacerlo para vosotros. Hay confianza. Madame va vous tutoyer. Espero que hagáis lo mismo.



Hoy suena Feo, Fuerte y Formal en el 5º izquierda.

19.1.12

12. La farola


Sigo odiando cosas que odiaba siendo niña. Odio insuperable. Los pasamontañas. La leche caliente. Los cuadros que no entiendo. El olor a coche nuevo. Sin embargo, de mayor he empezado a apreciar e incluso adorar algunas cosas que antes detestaba o en las que nunca había reparado. Las setas. Los quesos apestosos. Las farolas.

Éstas últimas han sido un descubrimiento tardío. Creo que empezó por gustarme la palabra. El tipo más simpático del barrio dónde vivo vende un periódico que lleva por nombre La farola delante del VIPS de turno. Cada día me regala una sonrisa, un feliz fin de semana o un ¿cómo te va? Creo que las farolas y yo empezamos a caernos bien a través de nuestro amigo en común.

Para mí siempre habían sido objetos altivos, solitarios y un tanto fríos. Sólo me habían llamado la atención por historias que de ellas había oído. Me contaban cuentos sobre la vida y milagros del sereno del barrio del centro de Barcelona dónde vivía mi familia, de cómo guardaba las llaves de toda la vecindad. Imaginaba un hombre con un llavero gigante deambulando repleto de secretos por la ciudad. Las farolas eran sus cómplices y compañeras. Más adelante, descubrí que las farolas podían aspirar a ser emblemáticas para un país. Los belgas las consideran casi seña de identidad. Por la cantidad de luces que adorna sus carreteras, cual mancha de crudo el país se distingue desde la luna. Para ellos, motivo de orgullo nacional.

A pesar de las historias, estas jirafas urbanas habían sido hasta ahora invisibles a mis ojos. Pero el mismo efecto mágico que hizo que cuando me embaracé mi vista sólo divisaba mujeres encinta, hace ahora que mis retinas sólo vean farolas y sientan fascinación por ellas. Aunque no por todas. Las hay distantes y desagradables. Pero las hay chismosas, como la que he descubierto asomando la cabeza en el balcón de mi vecina, a tres metros del 5º izquierda. Las hay que mejoran el paisaje e incluso, las de más mérito, hacen ellas solas el paisaje, como ésta con la que me topé el otro día. ¿No creen?




10.1.12

11. El uno de enero se vende aquí




Todavía hoy le he deseado feliz año a tres personas. Si puede ser, mejor que el anterior. Si no, por lo menos, jesusito que me quede como estoy.

Pensando en esto y paseando hace unos días por los alrededores de unas preciosas termas abandonadas por la memoria, vi los carteles de la fotografía. Como el decorado, los anuncios también habían vivido lo suyo y caído en el olvido. De hecho, hasta ese día ignoré la existencia de O Primeiro de Janeiro, uno de los periódicos más antiguos de Portugal. O Primeiro de Janeiro vende-se aqui. Me hizo una gracia estúpida que el primer día del año pudiera venderse. Y de repente  empecé a delirar, seguramente aquejada por algún síndrome de Stendhal o de Camoês debido a la belleza de lo que me rodeaba.

¿Y si los días vividos pudieran venderse? No podríamos evitar vivirlos, pero una vez vivido un mal día, en vez de guardarlo en la mochila con el peso que supone para nuestro ánimo, ¡podríamos venderlos a precio de saldo! Un corto desamor, 15 y 16 de marzo del 2002. 60 euros. Una decepción, 24 de abril del año pasado. 35 euros. Fechas significativas que quisiéramos borrar. ¡Fuera!, ¡Al mejor postor! Igual con una mala racha... les ofrezco “julio y agosto del 83”. Alguien ávido por cargarse de karma positivo con sus buenas experiencias de esa época estaría sin duda dispuesto desembolsar sumas significativas por esos meses... ¿Imaginan?

Como ven, la acumulación de oxígeno y la belleza del paraje afectaron a mi raciocinio, pero no puedo esconder que he estado vendiendo y comprando días mentalmente desde principios de año. Espero que no tengamos que desprendernos de los próximos 365. Espero que todos y cada uno tengamos un feliz año.