7.2.12

16. Voyeurismo


Los diminutos, nadie sabe dónde están, pequeños seres bondadosos, están viviendo entre nosotros, pero seguro que no los verás. Yo los veo. Y no, no tengo alucinaciones ni síndromes de persecución. En casa, todos los vemos. Nuestros invitados confirman que no hemos perdido el juicio. No son bien bien diminutos. Son seres en los que un día te fijas y ya no puedes ignorar nunca más. Sospecho que se encuentran bien y a sus anchas en el 5º izquierda. Son estáticos y se colocan en lugares estratégicos. Tontos no son.

El Robot intenta fundirse cual camaleón con el blanco de la caldera. Pero no nos engaña. Dotado de una cabeza muy dura, ojos prominentes y cuatro dientes, se ha colocado con mucha pericia frente a la ducha del 5º izquierda, que no frente a la bañera, que él sabe menos frecuentada. O disfruta de nuestras cantatas matutinas o es un poco voyeur. Y por el guiño que nos hace al despertar y por la pésima modulación de nuestras voces, me decantaría por lo segundo.

El Fraile es, si cabe, más descocado. Suponemos que harto de abadías, se instaló un buen día en el techo de la habitación, aprovechando la aparición de una gotera. E hizo de los líndes de la humedad su perfil. Es igualito a Guillermo de Baskerville, mismos rasgos, misma coronilla. Quizá a Umberto Ecco también se le apareció y al avistarlo cada noche acabó escribiendo El nombre de la Rosa. He oído que sus novelas nunca empezaron a partir de un proyecto, sino de una imagen. No se inquieten, no tengo altas aspiraciones. Creo sencillamente que nuestro querido franciscano se aburría en la abadía y decidió sustituirla por una habitación con vistas, vistas sobre nuestra cama.

Y así es como una familia se convierte en carne de reality para espectadores singulares. Seguro que no somos la única ¿O sí?



Hoy, playback de la Bambola. Auténtica dislexia entre letra e interpretación. Pero bonita.

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