Los
diminutos, nadie sabe dónde están, pequeños seres bondadosos,
están viviendo entre nosotros, pero seguro que no los verás. Yo
los veo. Y no, no tengo alucinaciones ni síndromes de persecución.
En casa, todos los vemos. Nuestros invitados confirman que no hemos
perdido el juicio. No son bien bien diminutos.
Son seres en los que un día te fijas y ya no puedes ignorar nunca
más. Sospecho que se encuentran bien y a sus anchas en el 5º
izquierda. Son estáticos y se colocan en lugares estratégicos.
Tontos no son.
El Robot intenta fundirse cual camaleón con el blanco de la
caldera. Pero no nos engaña. Dotado de una cabeza
muy dura, ojos prominentes y cuatro dientes,
se ha colocado con mucha pericia frente a la
ducha del 5º izquierda, que no frente a la bañera, que él sabe
menos frecuentada. O disfruta de nuestras cantatas matutinas o es un
poco voyeur. Y por el guiño
que nos hace al despertar y por la pésima modulación de nuestras
voces, me decantaría por lo segundo.
El
Fraile es, si cabe, más
descocado. Suponemos que harto de abadías, se instaló un buen día
en el techo de la habitación, aprovechando la aparición de una
gotera. E hizo de los líndes de la humedad su perfil. Es igualito a
Guillermo de Baskerville, mismos rasgos, misma coronilla. Quizá a
Umberto Ecco también se le apareció y al avistarlo cada noche
acabó escribiendo El nombre de la Rosa. He oído que sus novelas
nunca
empezaron a partir de un proyecto, sino de una imagen.
No
se inquieten, no tengo altas aspiraciones. Creo sencillamente que
nuestro querido franciscano se aburría en la abadía y decidió
sustituirla por una habitación con vistas, vistas sobre nuestra
cama.
Y
así es como una familia se convierte en carne de reality
para espectadores singulares. Seguro que no somos la única ¿O sí?
Hoy, playback de la Bambola. Auténtica dislexia entre letra e interpretación. Pero bonita.
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