6.7.12

29. La recomendable levedad del ser


Llevo una vida entera arrastrando trastos. Trastos estupendos, no crean. Pero trastos al fin y al cabo. Cinco países, ocho casas, algunos añitos, muchos amigos, novios y cierto síndrome de Diógenes cohibido. Por mucho que creas en la autosuficiencia y en la reducción al máximo de las necesidades, por mucho que te creas minimalista, recicles y busques cierta austeridad, siempre hay pinchazos. Apegos emocionales por cosas absurdas, adoración por los trapos, un chino en los bajos que te atrae como un imán, mucho papel, facturas de los noventa o simplemente recuerdos que temes echar a faltar.

En el 5º izquierda hay dos cajones, una librería y un armario que atraen la anarquía y el acopio. A pesar de inspecciones técnicas recurrentes. ¿No les pasa? No se engañen, aunque los escondamos en cajas y cajones, aunque los asfixiemos en armarios y desvanes, ellos, los objetos, siguen ahí. Siguen siendo activos en nuestra cuenta corriente de cosas. Y por maltratados y olvidados en algún fondo de algún lugar, por no alardear de ellos y sacarlos a la superficie, estarán probablemente acumulando un mal karma de vete con cuidado.

Como saben, cuando hay cosas que me inquietan, me sulfuran o me preocupan, me dan arrebatos. Impulsos potentes que me llevan a dedicar horas maniáticas a cualquier pequeñez, con el objetivo de no centrarme en las desazones de mi cerebro. Y como efecto colateral, poner orden en el caos. Pues bien, debe ser que llevo incorporado cierto desasosiego a lo largo de esta estación porque en pocas horas he acabado con parte de mi historia. Y me está gustando. Pruébenlo. Sienta bien. Y hasta parece que has hecho dieta.


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