17.10.12

39. I confess

Les he de confesar algo. No es nada transgresor pero cuesta revelarlo. Cuesta porque supone una traición a mi misma. 

Hace un tiempo mencionaba cosas que siempre odié. Pero se me pasó una. Si hay algo que he despreciado desde que sé que soy y por encima de todas las cosas, es algo parecido a ésto. De hecho, le tengo tanta aversión que me cuesta hasta pronunciarlo. Aunque la verdad, no sé ni cual es su verdadero nombre porque mi familia acuñó un término específico, único, encriptado e incomprensible para nombrar a esta pieza estilística tan en boga en los ochenta (por lo menos en mi hogar). Manta rodante. ¿Por qué? Chi lo sa. El secreto se lo llevará a la tumba mi querida madre, quien importó e impuso su uso durante una década, superando en el tiempo la dilatada influencia de Anna Wintour en el mundo de la moda. Y eso fue lo duro: una década. Un pelele en un recién nacido es mono y universalmente aceptado. Una manta rodante en un prepúber es abominable. Ese poliester. Esos colores. Esas formas. ¿Existe algo más humillante?

Ayer cometí el pecado. Para mi desagravio, fui coautora, así que no única responsable del suceso. Almacenando arsenales para luchar contra las bronquitis presentes y futuras de nuestra cría de humano, registramos todas las entradas de google para hacernos con algo que le protegiese de noche. Ante nuestro fracaso anunciado dado que la cría cuenta años y no meses, nos encaminamos por la vía dolorosa hacia el único lugar dónde depositábamos esperanzas de encontrar algo tan pulgoso como una manta rodante. No nos falló. El producto sigue existiendo en el mercado y los almacenes siguen vendiéndolo. Y hasta la talla 15 (sí, sí, 15 años). Así que habrá quien lo siga importando e imponiendo durante décadas. Ay, ay, ay, qué miedito me doy.


No hay comentarios: