10.12.11

6. El algodón no engaña


La cara es lo primero que uno muestra. Salvo que llegues de nalgas. Y es lo primero que la gente ve de ti. Aunque también hay a quién mira primero los pechos. Si es usted del montón (nació de cabeza y usa una 85 B) su primer contacto con la gente será a través de su rostro. Merece pues un cuidado exquisito. Un grano reventado con prisas e in extremis podría equivaler a una falta de ortografía en su tarjeta de visita. Un grupúsculo de puntos negros abandonados en la faz correspondería a su vez a un pésimo diseño de su carta de presentación. Por lo tanto está claro. Hemos de cuidar ese cutis.

Prestar atención a nuestra epidermis no significa que tengamos que ser preciosos. Para eso están los profesionales de la belleza. El resto, basta con que seamos agradables y bienolientes. Como he escrito en alguna ocasión sobre mis dificultades con la constancia, me veo obligada a ahondar en la explosión de una revolución interna y pacífica que me está convirtiendo en ser fiel y constante en algunos aspectos de la vida.

Todo comenzó cierto día en que una querida amiga- digamos que Mara- acudió a mi llamada de socorro. Imploré en voz alta y a la virgen de Regla que existiese una crema buena bonita y barata para satisfacer las necesidades de mi piel y mi economía. Mara, diligente y ejecutiva somo siempre, convocó a sus cobayas al día siguiente en una dirección desconocida, aunque en un distinguido barrio de la ciudad. “Delante del número 20, a las cinco en punto”. Y ahí que acudimos. Para qué negarlo, con cierta desconfianza, ya que para milagros teníamos que haber sido citadas en una santería.

Pero ni velas, ni vírgenes ni restos de intestinos. En su lugar descubrimos un maravilloso espacio indiferente al paso del tiempo. Un viaje a los años cincuenta. Un lugar mágico en el universo de los comercios. Amplio, rectilíneo, repleto de fórmulas. Tras un estudio superficial de nuestras características, nos recomendaron productos y rituales. Todos ellos aptos para tiempos de crisis.

Más de dos años después parece inaudito pero sigo siendo devota de esos cosméticos sofisticados a la vez que ajenos al mundanal ruido. Y así de feliz ando yo por la vida, con menos arrugas y divulgando los beneficios de la fe. Porque el algodón no engaña. Palabra de señora.



1 comentario:

claudia dijo...

Espero que este mágico retorno a los cincuenta cuando entre en este salón de belleza, supongan un rejuvenecimiento de mi cutis y si hay cremas para otras partes del cuerpo, mejor que mejor. Que sabemos todas que los milagros no existen pero aún creemos en retoques que vengan de un tubito o un spray.