Me encanta pasear en
horas prohibidas. Todo es mejor, más auténtico. Robado. La ciudad
nunca está más atractiva que cuando se supone que has de estar
entre los cuatro muros de una oficina. El aire es más puro. Las
personas más éllas. Las cosas, más interesantes. Ahora que tengo
tiempo, practico la religión de pasear en estas horas prohibidas,
aunque no lo sean ya tanto.
Pero mi religión me está
fallando. Sé que me iré. Ignoro cuando. Pero me iré. Así que sin
quererlo, vivo en el bonus track de la ciudad. Sin quererlo,
los paseos van siendo una larga despedida de los rincones, de los
momentos, de las vidas vividas en estas calles que me adoptaron. Echo de menos Madrid, y todavía vivo aquí. Ando y paseo
lagrimillas por unas calles que casi ya no recuerdo.
Y eso que debería estar
acostumbrada. Nada en mí es permanente. Salvo un nuevo esmalte de
uñas del que alaban la duración y al que me estoy aficionando,
prácticamente todo en mi vida es provisional. Y si no lo es, tengo
la permanente sensación -¡algo que permanece!- de que será
provisional. Pues a pesar de la inclinación al cambio que todos conocéis, no me han gustado nunca las despedidas. Cuando me
importan, me impiden tragar. Y ahora, además, fastidian mis paseos
favoritos. Afición al melodrama, si no, no me lo explico.
Hoy suena Luisa Sobral en el 5º izquierda.
5 comentarios:
que buena terapia helen!!!!Fdo: Ruiz
Más que afición al melodrama es que eres una persona sentida y los cambios (aunque sean sine die) afectan, y más cuando hay muchas cosas buenas guardadas en la memoria.
Me encanta tu blog. Eres una crack!
Hola Toni,
Claro está que afectan pero sigo creyendo le añado leña al tema... Gracias por los ánimos, es muy gratificante que te lean y te escriban!
Un abrazo!
Coincidencia absoluta en un proceso que yo también viví, y que sigo viviendo cuando ya no vivo en Madrid.
Hola Jordi! ¿Será Madrid? O ¿será un proceso que más de uno vivimos? Que bueno leerte por aquí! Un beso.
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