11.2.12

17. Out of order


No es que no quiera escribir. No escribo, no hablo, no escucho. No hago nada de provecho. Y es que hace algunos días entraron chinches en mi cuerpo. Se colaron a través de un virus informático y me han estado desprogramando. Mi ADN no estaba preparado para este ataque virtual y no ha sabido defenderse.

Desde hace algunos días sólo sé hacer click. Click. Click. Click. Click. Este tic es la principal manifestación del virus. Otra secuela es que tu particular banda sonora deja de funcionar. El disco, casete, vinilo- según tu década de nacimiento- se raya, para entendernos. Y por ello, desde hace unos días, dentro de mí, se repite sin cesar  dubiduuuu quiero ser como túuuuuu. Ridiculo, ¿eh? Lo sé. Es lo que sonaba cuando desembarcaron los chinches. Para qué engañarnos, es lo que suele sonar. Hubiese preferido a Glenn Gould como hilo musical, pero oye, los virus no se planifican. 


Click. Click. Click. Click. Click. Quiero ser como túuuuuu. Mi cerebro ya no es mío. Se encalló en algún lugar, entre tecla y tecla. ¡Vuelve a mí! Nunca te he utilizado demasiado, pero me haces falta. Dubiduuuu. Click. Click. Click. En mi primer intento por recuperar el alma, apago el ordenador. Pero una llamada interna me estampa brutalmente contra el botón más absurdo. Lavadora. Humidificador. Semáforos. Ascensor. Click. Click. Click. Click. Y así, de interruptor en interruptor.


Al ver que la primera tentativa es, si más no, insuficiente, me apunto a yoga. Dubiduuuuu. No a cualquier deporte. Yoga a 40º. Quizá así, en la transición ambiental entre los 40 y los 0 grados, los chinches mueran y el virus me abandone. Además, seguro que ahí no dejaran pulsar nada. No hay teclas. No hay botones. No hay batidoras. No hay nada de nada. Sólo sudor y lágrimas. Quizá así pueda volver a ser humana.


Pero tampoco. La flexibilidad sólo me aporta monstruosas agujetas y una paz momentánea. Dubiduuuuu. Si no fuera por las molestias musculares que el ejercicio ha provocado hasta en mis dedos, estaría tecleando. Seguro. ¿Y esa llamada interna tan potente hacia las teclas? ¿Fe, por fin? ¿Curiosidad exacerbada? ¿Cotilleo frenético? ¿Adicción a secas? Mientras intento analizar el asunto, voy llamando a mi último comodín, el servicio de eliminación de chinches.



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