Llegó la época temida. No sólo seres apenas conocidos, ataviados con camellos y renos pretenden allanar nuestra morada, sino que además hemos de convertirnos en criaturas omnipotentes y ubícuas. Es cierto, nadie nos lo impone. Pero se nos espera en todas partes. Advertirán la sutileza del matiz.
Como no somos ubícuos, los habitantes del 5º izquierda solemos convertirnos de vez en cuando en Los Carmona, como fuimos acertadamente bautizados un buen día. En estas épocas del año, Los Carmona suelen desplazarse tomando 13 aviones, 5 trenes o en su defecto furgonetas para cruzar 4 veces la península por la Cañada Real. Les acompaña una maleta para tres, sino no serían Carmona. En la maleta han de convivir accesorios suficientes para engalanarse durante las fiestas, complementos para la nieve, atributos para un posible día de campo, recambios en caso de vómitos por mareo, pañales y, por supuesto, regalos.
Curiosamente, cada vez que pienso en estas épocas durante el año me invaden a la vez nostalgia y alegría. Todavía más curioso: cada vez que pienso en estas épocas durante el año me proyecto con la chimenea, el belén y el cava en casa de la Preysler. Me lo creo. Me llego a emocionar brindando bajo los destellos de ese árbol quilométrico condimentado al milimetro. Pero a medida que pasan las estaciones, voy despertando de mis sueños. Primavera, verano, otoño...ay... Las imágenes doradas van perdiendo definición. Van apareciendo en mi imaginario retrasos de aviones, sobrepesos en la maleta, cursas maratonianas para estar en todas partes sin estar al fin con nadie, regalos por hacer y ese dolor de estomago que va in crescendo.
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