14.12.11

7. Flan Royal

Nuestra monarquía tiembla. Tiembla como un flan. Temor tiene de haber incorporado a la receta algún ingrediente inadecuado, y que el flan nos siente mal.

Pero coincidirán conmigo que por mucho yerno en discordia que surja, nuestro ADN ya no era azul. Y miren que lo fue. Mucho tiempo. Pero los gustos cambian, y a pesar de los esfuerzos de Hola, ya no fluye Bourbon por nuestras venas.

¿Acaso desayunan ustedes con la imagen de Letizia estampada en una taza de porcelana china? ¿Por casualidad pondrían la cara de Juan Carlos en sus balcones o negocios? Siempre recordaré el rostro de Juliana, la semana de su duelo, en todas las tiendas de ultramarinos holandesas. Dispongo de testigos y documentos gráficos. Enric González, en Historias de Londres, cuenta como “sin el mimo de la servidumbre, el talento de los lacayos y la benevolencia de los trabajadores, la aristocracia británica llevaría ya tiempo en el arroyo. Pero al inglés de a pie le gustan la monarquía, los terratenientes y los señores.” Algo de eso ocurre aquí, pero en menor grado. Lo habitual es que algunos demuestren simpatía hacia ciertos ingredientes. Como yo. Pero esa simpatía no basta para que vuelva a correr el whisky.

En casos sin devoción como el nuestro, las cuentas podrían justificar el resistiré de la monarquía. Si en algún momento la realeza generó preciados beneficios políticos, sospecho que ahora no se compensan las pérdidas que generan. Menos todavía si éstas se ven finalmente engrosadas por el ingrediente inadecuado. Es cierto que nuestro postre es más económico y de estar por casa que el soufflé francés, pero la marca nos viene impuesta. Y todo flan tiene fecha de caducidad. Incluso el Royal.






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